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domingo, 1 de febrero de 2015

El Otoño de la señora Brown

El coche avanzaba rápidamente por la carretera. La mirada distraída de Faith recorría los campos otoñales bañados en ocres y marrones, pero no era capaz de visualizarlos, estaba recreándose en su mal humor enfurruñada con sus padres por no haber ido al centro comercial con sus amigas. En su lugar tenían que ir a ver a su abuela a la residencia. “¡Vaya planazo!”Pensó irónicamente. El coche frenó. Se quedó asombrada al comprobar que ya habían llegado. Sus hermanos bajaron rápidamente del vehículo en dirección a un gigantesco montón de hojas secas amontonadas lánguidamente a la entrada del hogar para mayores.
-¡Billy! ¡No lances a Jacob contra las hojas, que os vea la abuela bien guapos!-Les decía la madre algo irritada.
“Lo que me faltaba”, pensó Faith. “Que además de mi padre ahora también se mosquee mi madre”. Las puertas automáticas se abrieron dándoles en la cara un golpe de calor que salía del recinto. La recepcionista, Estela, les recordó que la anciana llevaba toda la mañana inquieta, esperando su llegada.
-Estaba aquí hasta ahora mismo, debe haberse marchado a la biblioteca.
-Está con sus viejos libros de historia, ¿no?-Wyatt le hizo un guiño cómplice y amigable.
-Tu madre está donde siempre- Asintió sonriente.
A mano izquierda de recepción, tras pasar la sala polivalente, en la que la mayoría de ancianos dormitaban delante del televisor encendido en el canal de documentales, encontraron a Evelyn sentada frente a la ventana, en un confortable sillón de orejas de color marrón. En su regazo, una vieja caja de galletas de hojalata herrumbrosa y, apilados en el suelo, varios volúmenes de la Segunda Guerra Mundial. Giró la cabeza al oír la voz de su hijo anunciándole un jocoso: “¡Ya estamos aquí!”.
-¡Caray! Pensé que ya no veníais… Aquí los días se me hacen años y la comida es un horror.
-Ay mamá… ¡Qué sibarita eres! Sabes que, como visitador médico, conozco todos los centros geriátricos y tú solo te mereces lo mejor. Pero claro, -puntualizó- no se está en ningún sitio como en casa.
-No hijo mío, no te estoy haciendo ningún reproche. Yo no quiero ser vuestra carga, sabéis muy bien que fui yo quien os pidió que me buscarais una residencia, porque tú con tu trabajo y Ashley siempre ocupada con los niños y la oficina… No puede. No puede. No puede ser.
Wyatt empujó suavemente a los dos niños en dirección a su madre y con un gesto de cabeza le indicó a su hija mayor que se acercara a besar a su abuela. La joven Faith avanzó sin demasiado entusiasmo hasta ella, besándola por puro compromiso. En su mente todavía revoloteaba la idea de una tarde junto a sus amigas.
-Hija mía, qué guapa estás ¡Quien tuviera tus años!-dijo Evelyn con nostalgia.
-Abuela, tu ya los tuviste, ojalá llegue yo a los tuyos…-Con un tono repentinamente afectuoso. La relación entre Faith y Evelyn siempre había sido extremadamente cordial a pesar de la distancia de estados. La abuela siempre que podía tomaba un avión para acercarse hasta Pensilvania desde St. Joseph, en Michigan.
-Evelyn, ¿no me digas que esa es la vieja caja de fotos? Estuve buscándola creyendo que estaba todavía en tu casa del lago.
-La vais a vender, ¿verdad?-Manifestó la abuela con un tono afectado.
La inesperada pregunta dejó desconcertados a los niños, que abrieron los ojos como platos.
-¿Cómo que se va a vender? ¿A dónde iremos en las vacaciones? ¿Y mis amigos?-Preguntaron atónitos los hermanos.
Un silencio llenó la estancia.
-A ver, Evelyn, enséñales a tus nietos esas fotos.-Murmuró Ashley para desviar la conversación, pero fue en vano, ya que aquella inesperada noticia obcecaba la mente de los más pequeños.
La abuela abrió con cierta dificultad la vieja caja. “Está casi tan oxidada como yo.”Comentó.
-Va, abuela, no digas eso. Que estás tan estupenda como siempre.
-Sólo fachada-Se limitó a responder.
-Pero… ¿Y la casa?-Insistió Billy, al tiempo que descubría entre las venosas manos de su abuela una foto rancia por el tiempo del antiguo faro de St. Joseph.
-Esta foto la hizo el abuelo el último día que pasamos juntos, antes de partir para Europa.
-Esa foto es más vieja que tú, papá-Señaló Jacob mientras movía ambas manos rápida y consecutivamente de arriba abajo.
-Justo siete meses mayor que tu padre.-Afirmó rotunda la anciana.
-¡Vaya exactitud! ¿Por qué justamente siete y no cuatro o diez meses?-Preguntó intrigado Billy.
-Porque mi madre estaba embarazada cuando el abuelo se marchó a cubrir las noticias de guerra en el viejo mundo.-Pronunció con una voz apagada Wyatt.
-Por aquí debo tener alguna foto del abuelo, toma-dijo dirigiéndose a Billy. Jacob alargó rápidamente la mano  cogiendo la vieja fotografía al mismo tiempo que su hermano. Tiraron a la vez de ella y su contorno ondulado se rasgó levemente.
-¡Pero mira que sois bestias! Habéis roto la foto del abuelo- manifestó claramente enfadada Faith. En sus ojos se vislumbraba la ira contenida. Demasiados recuerdos galopaban desbocados por su cabeza. Los cinco años de diferencia que llevaba al mayor de los dos chicos, le daba el privilegio de unas vivencias que ellos nunca tendrían ya la oportunidad de sentir. Aquellos retratos no sólo de eran objetos o personas de un tiempo pasado. Era la historia de la familia, era parte de ellos mismos, el futuro que representaban.
-Parece mentira que una vida entera quepa en una caja-afirmó tristemente Evelyn, mientras una lágrima rodaba por su mejilla.
Inocentemente, Jacob dijo: “Es igual que el de las películas, ¡con sombrero y gabardina! Pero se parece a ti, papá.”
-No, hijo, soy yo el que se parece a él.-Respondió taciturno Wyatt
-Cada vez que te veo el corazón me da un vuelco. Creo ver a tu padre entrar por la puerta. Estaría tan orgulloso de ti, hijo… Y de ti también, Ashley. Hubieseis congeniado muy bien, siendo tu informática, con todos esos computadores… Lo que hubiese dado él por uno de ellos, tanta capacidad de datos, le hubiese facilitado tanto la vida… No como su vieja máquina de escribir Remington, en la que se enganchaban las teclas entre sí, y que él cariñosamente le llamaba Remy.
-¿Por qué se tuvo que marchar?-Inquirió Jacob
-Él era un espíritu inquieto como tú, y quería combatir las atrocidades desde su objetivo. Pero las guerras no hacen diferencias entre un arma y una cámara. Entre soldados y civiles.
Su cara adoptó de pronto un aspecto reflexivo: “Abuela ¿qué es un civil?”
 -Son hombres de paz, hijo mío-respondió tajantemente, pero un suspiró entrecortó su frase. Sus ojos se cruzaron con los de Wyatt -Malditas guerras, a ti te dejó sin padre y a mí sin mi compañero de vida… y a vosotros os privaron del privilegio de conocer a vuestro abuelo. Tantas muertes inútiles…
-Venga mamá, no estés triste, que hoy estamos todos juntos y papá siempre está aquí con nosotros.
-Eso, nana, cuéntales a los renacuajos cómo erais el abuelo y tú en los buenos tiempos.
-Ay, hija… A veces parece tan lejano que creo que es un sueño, pero otras, siento que fue ayer mismo, y todavía creo oler la tierra húmeda de las frescas mañanas de St. Joseph. La vida parece infinita cuando somos jóvenes, los colores son más brillantes, los olores más profundos, pero al final del camino, sólo nos queda el marrón de la tierra.
-No, nana, no lo digas triste, en la tierra están las raíces y tú eres la raíz que da fuerza y sustenta a esta familia y al igual que el abuelo ha llegado hasta nosotros aún sin conocerlo, todos los hombres somos eternos, porque tras el otoño y el invierno, viene la primavera.