Mis sensaciones variaban de un momento a otro: Estaba feliz porque hubiese acabado la dichosa guerra, pero estaba triste al haber perdido a tanta gente a la que quería. Mis arrugas inundaban mi pálida tez y mi indignación, mi alma. Miré tiernamente a mi pequeña nieta Elena y le susurré dulcemente mientras agarraba su manita: Tranquila, cariño, ya pasó...
Me puse más nerviosa aún. En realidad, la guerra había acabado, pero la posguerra estaba al caer. ¿Qué haría yo, anciana de 83 años con un bebé huérfano de tan sólo uno..? ¿Sobreviviríamos las dos juntas? ¿Y si me pasara algo? ¿Y si le pasara a ella?
Oh Elena, dulce nieta, ¿debo yo dejarte en casa con esta vieja..?
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