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Leer es vida

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jueves, 9 de mayo de 2013

La muerte del ingenio aplastada por las masas

Cuando llegó solo tenía que soplar. La casa del cerdito perezoso se desvaneció ante él. Solo había pajas de trigo.
Apenas tuvo que caminar un poco más para esforzarse ligeramente para derrumbar la casa del segundo cerdito y los leños rodaron ladera abajo.
Continuó caminando y encontró una construcción aparentemente inamovible. Sopló y sopló y no cedió, pero no cejó en su empeño. Pensó: <No me voy a rendir, buscaré una solución. Sus paredes son fuertes, las ventanas están selladas, pero, quizás encuentre la forma de conseguir mi propósito y encontraré su punto débil>De repente, al mirar arriba observó algo: La chimenea. Su despierta inteligencia le indicaba el camino que debía seguir. Ahí no habían ventanas, ni contrafuertes, ni nada que se opusiera a su paso. Sigilosamente, ascendió hasta la enredadera que llevaba al tejado. Se resbaló un poco antes de meter sus patas dentro de la chimenea, pero estaba convencido de que iba a lograr entrar. Él era un depredador, al fin y al cabo. Él había estudiado en la universidad de Wolfator y durante varios veranos había sido la estrella principal de Aulliturium y alguien tan preparado como él no se dejaría avasallar por unos trozos de bacon con patas.
Imaginaba sus sabrosos lomos mientras descendía por la chimenea, sus crujientes costillas y su dorada panceta vuelta y vuelta asada en un buen fuego. Empezó a notar su olor, crujiente, sabroso, embriagando la estancia; pero cuando quiso darse cuenta, él mismo era el que estaba ardiendo en el mismo fuego que habían preparado los tres cerditos ante la fuerza, la constancia y el ingenio del hermano lobo.

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